Cuando la Virgen María Saluda las Bendiciones llegan
Cuando en el campo de concentración de Dachau la necesidad era ya insoportable y muchos de los prisioneros morían de hambre, el Padre Kentenich promovió entre el círculo de los Schonstattianos una Novena a la Madre de Dios y con ella logró la ayuda anhelada.
Esta Novena finalizó en la Fiesta de la Visitación (2-10-1942).
Al contemplar esta Fiesta de María, el Padre Kentenich hizo una oración para los nueve días:
«Madre, yo te saludo; Madre, salúdame también Tú a mí.»
Explicando esta sencillísima oración, dijo él a los suyos que este Saludo de la Madre de Dios a Isabel «obraba milagros».
Leemos en la Sagrada Escritura:
“Y María saludó a Isabel”. (Lc. 1, 40).
Isabel reconoció, iluminada por el Espíritu Santo, que María llevaba al Mesías bajo su corazón.
Juan, su hijo, fue santificado en su seno:
“… tan pronto oí tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno» (Lc. 1,44).
«Madre, yo te saludo; salúdame también Tú a mi».
Y Zacarías recobró nuevamente el habla.
¿No deberíamos nosotros también hacer nuestra esta jaculatoria que obra milagros y rezarla – llenos de confianza – como Novena?
Y no solamente para nosotros, sino también para todas las grandes y difíciles necesidades de nuestro tiempo:
Madre, yo te saludo; Saluda tú a mi marido, que está expuesto a muchas tentaciones.
Saluda a mi mujer, que anda por caminos peligrosos.
A mi hija, que ha caído en la costumbre de la droga.
A nuestro hijo, que sigue sin aparecer.
Saluda a nuestros sacerdotes., etc.
Entonces, muchos de los sacerdotes que pasan por momentos de crisis, permanecerán fieles a su consagración –
Gracias a nuestra jaculatoria que «obra milagros»;
Entonces, también nuestra juventud, a veces tan desvalida, se encontrará más protegida y podrá comprender mejor el sentido de la vida.
El odio endemoniado podrá poco a poco convertirse en amor, y así los hombres podrán vivir en paz.
Los enfermos sanarán o recobrarán fuerzas para llevar su cruz con valentía, uniéndose a Cristo, el gran portador de la Cruz.
Este es el aporte más fuerte y eficaz para que el mundo vuelva al Hogar del Padre.
La agitación de nuestro tiempo, unida a las súper-exigencias a que están sometidos los hombres, no da posibilidad a veces para más largas oraciones;
pero con la súplica breve, llena de confianza, podemos quizá, en medio del ajetreo diario, dirigirnos a la Madre de Dios diciéndole:
¡Madre, saluda a los que tanto quiero…
Madre, saluda también a aquellos que tanto me preocupan…
Saluda a nuestro pobre pueblo…
Saluda a los que gobiernan las naciones…
Saluda a todos los que necesitan de tu poder transformador…
Saluda a los jóvenes,
Saluda a los ancianos,
Saluda a los que viven en soledad.
Salúdalos también Tú a ellos.
Madre de Dios, yo te saludo. Amén.
Enviado por: Rodrigo Duque Estrada Argüello.