Oración que conmueva a millones y un Dios que escucha y responde con amor infinito
Elevo mi voz hacia ti, oh Dios eterno, con la certeza de que tus oídos están siempre atentos a los susurros más íntimos de mi corazón.
En la penumbra de mi existencia, donde las sombras de la duda y el temor amenazan con eclipsar la luz de la esperanza.
Encuentro en ti mi refugio, mi fortaleza, mi roca inquebrantable sobre la cual cimientas mis sueños y mis anhelos más sublimes.
En medio del caos y la confusión de este mundo, donde las voces de la discordia y el egoísmo claman por ser escuchadas.
Reconozco en ti la voz suave y apacible que susurra palabras de consuelo y amor, guiándome con ternura por senderos de paz y reconciliación.
En los momentos de alegría y regocijo, cuando mi corazón rebosa de gratitud y admiración por las maravillas de tu creación, te alabo y te bendigo.
Oh Dios de bondad y misericordia, por tu amor inagotable que se derrama sobre mí como un manantial eterno de vida y esperanza.
En los momentos de dolor y aflicción, cuando las lágrimas inundan mis ojos y mi alma se estremece ante la crueldad del sufrimiento humano.
Encuentro en ti el consuelo y la fortaleza para seguir adelante, sabiendo que en tus brazos amorosos hallaré sanidad y restauración.
Oh Dios de compasión y ternura infinita, escucha mi oración en este instante sagrado, y permíteme sentir la certeza de tu presencia amorosa que envuelve cada fibra de mi ser con su cálido abrazo.
Que mi voz se una al coro de millones de almas que te buscan y te adoran.
Proclamando tu grandeza y tu bondad en cada latido de sus corazones, en cada suspiro de sus labios, en cada gesto de amor y servicio hacia sus semejantes.
Que mi vida sea un testimonio vivo de tu amor redentor, oh Dios eterno, reflejando tu luz en medio de la oscuridad, tu paz en medio de la tormenta, tu esperanza en medio de la desesperación.
Que mis palabras y mis acciones sean un reflejo fiel de tu gracia y tu misericordia, atrayendo a otros hacia ti con el imán irresistible de tu amor incondicional.
Y cuando llegue el día final, cuando mis ojos se cierren por última vez en esta tierra y mi alma emprenda el vuelo hacia tu presencia gloriosa.
Permíteme contemplar tu rostro radiante lleno de amor y ternura, y escuchar esas palabras dulces y eternas que resonarán en lo más profundo de mi ser:
«Bien hecho, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor.»
Que así sea, ahora y por toda la eternidad. Amén.
Enviado por: Dulce María (México).